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Cinco diarios de escritoras para leer este verano

“Uno encuentra en su diario pruebas de haber vivido”

Diarios, Franz Kafka

Por Jesica J. Taranto

“El acto de escribir en un diario es la antítesis total de escribir para otros”, escribe Joyce Carol Oates en la introducción a sus diarios, que abarcan de 1973 a 1982 y no han sido traducidos al español. Es uno de los pocos casos en los que, en vida, se elige publicar algo que en principio nace para ser privado.

Sin embargo, escritoras como Sylvia Plath, Virginia Woolf y Katherine Mansfield tuvieron sus diarios publicados después de su muerte, sólo con el consentimiento de sus respectivos maridos, quienes decidieron qué iba a publicarse y qué no.

¿Por qué y para qué un escritor o escritora escribe un diario? ¿Por qué leemos esos textos egocéntricos, a veces repetitivos y que, por más que sean cronológicos, no siempre siguen una línea narrativa clara, hasta pueden ser dispersos?

A continuación, cinco escritoras cuyos diarios nos invitan a entrar en sus fascinantes mundos íntimos.

Anaïs Nin

La diarista por excelencia empieza a llevar un diario a los once años como modo de escribirle al padre cuando su familia se muda desde París a Nueva York. A partir de ese momento nunca deja ese hábito que a veces parece una adicción.

Si bien una vez adulta se convierte en una escritora publicada, la mejor fuente de su literatura se encuentra en esos diarios donde no sólo registra su vida –una vida que de adulta es muy vasta e interesante, entre viajes, amantes, artistas, estudios– sino que se da cuenta de que en el diario íntimo, y sobre todo en el que es escrito por una mujer, hay todo un nuevo género para explorar.

Anaïs Nin publicó parte de sus diarios en vida pero en ellos eliminó muchos fragmentos y a personas involucradas. Pasarían muchos años y varias muertes –no sólo la suya, sino también de involucrados– hasta que vieran la luz una versión nueva de ellos, inexpurgada. Allí aparecen sus múltiples amoríos y, polémica hasta el día de hoy, la relación incestuosa con su padre. En la versión expurgada, si una lee sin conocimiento previo, ni siquiera se puede saber que estaba casada y hay algunas insinuaciones que no pasan de eso.

Pero si hay algo que se encuentra en cada uno de los diarios de Anaïs Nin es un registro muy corporal de todo lo que sucede a su alrededor, animándose incluso a narrar un aborto. “El diario no se publicará nunca –dijo Denise Clarouin [agente literaria]–. La gente no soporta una desnudez así. Estás tan metida en la vida que nunca escribes para intelectuales. El relato del aborto será censurado inmediatamente”, registra uno de sus tantos rechazos.

Aparecen también las reflexiones sobre su condición de mujer. A los doce años escribe: “Por desgracia, constato tristemente que no soy más que dos criaturas, y encima mujer. ¿Cuándo conseguiré valer al menos como un hombre?”. Y muchos años después, en Incesto: “Soy consciente de mi poder, pero mi poder es femenino; exige combatir pero no vencer”.

Los diarios de Anaïs Nin son valiosos en muchos niveles: porque es el retrato de una mujer libre, que vivió como quiso, mucho y que sobre todo lo hizo como la mujer que era, no como decían que tenía que ser una mujer. “¿Cuántas intimidades hay el mundo para una mujer como yo? ¿Soy una unidad? ¿Un monstruo? ¿Soy una mujer?”, se pregunta.

Una sugerencia para empezar a leerla: los Diarios Amorosos, editados por Siruela, que recopilan Incesto y Fuego, y son un lujo. Otras ediciones son un poco más difíciles de conseguir y hay que apuntar a librerías de usados.

Virginia Woolf

Diario de una escritora es el libro que edita el marido de Virginia después de que ella fallece. Se trata de un libro bastante breve para la cantidad de cuadernos que dejó la escritora que decidió acabar con su vida entregándose al mar. En él, Leonard Woolf recopila todo lo que encuentra en sus diarios que tenga que ver con el proceso de escritura, con sus dificultades o inspiraciones y erradica las partes que no le convenía que salieran a la luz, dejando sólo un porcentaje de la vida doméstica que ella registra. Pasan varios años, incluida su propia muerte, hasta que los textos se publican de manera íntegra. Actualmente se pueden conseguir los primeros tres tomos en español de una colección que va a sumar cinco en total, editados por Tres Hermanas.

“Qué descubrimiento sería ese: un sistema que nunca excluyera.” Quizás el diario es lo más parecido a eso, el lugar donde buscarse, explorarse y, con suerte, encontrarse.

“Virginia Woolf había notado con su habitual fineza que los diarios, incluso inexpurgados, podían dar del autor una imagen deformada por una sencilla razón: uno se acostumbra –dice- a registrar con preferencia ciertos estados de ánimo peculiares –supongamos la irritación o la depresión- y a no escribir el diario bajo la influencia de estados de ánimo distintos”, escribe Victoria Ocampo en su ensayo Virginia Woolf en su diario, que la editorial Rara Avis rescató para el libro Correspondencias, Victoria Ocampo-Virginia Woolf.

Esto también explica los momentos que Woolf le dedica a su diario: muchas veces después de ataques de depresión que la sumían en la oscuridad. Y por supuesto, la escritura es el tema que siempre prevalece. Los de Woolf son muy interesantes para entender de dónde salen sus novelas, la inseguridad que siente ante lo que escribió, la relación amor-odio hacia sus creaciones y la sensación reconfortante cuando es leída y halagada. Cualquier escritor o escritora podría sentirse identificada.

Sylvia Plath

Como Anaïs Nin, Sylvia Plath empieza a escribir sus diarios desde los once años, aunque las versiones publicadas son las que escribió como adulta. Su marido, Ted Hughes, destruyó los cuadernos que escribió poco antes de su suicidio y alegó que otros desaparecieron, aunque hace unos años se publicó una edición un poco más completa, y se consigue en español editada por Universidad Diego Portales.

Sus diarios permiten por un lado ser testigos del desarrollo de Plath como escritora y al mismo tiempo leerla tratando de encajar como estudiante, periodista, esposa y madre.

Con la sensibilidad que la caracteriza, a veces escribe con la inocencia de una adolescente y otras sorprende por la madurez con la que ve las cosas: “El simple hecho de escribir en este cuaderno, de sostener la pluma, prueba, espero, mi capacidad de seguir viviendo”, escribe en 1958, cinco años antes de su muerte.

Susan Sontag

Dividido en dos partes –Renacida: Diarios tempranos y La Conciencia Uncida a la Carne: Diarios de Madurez– los diarios de Susan Sontag que edita su hijo después de su muerte no parecen haber sido pensados en ningún momento para publicarse. Él mismo, David Reiff, lo reconoce en el prólogo: “Los redactó solo para ella, regularmente desde su primera adolescencia hasta los últimos años de su vida, cuando su fascinación por el ordenador y el correo electrónico pareció poner freno a su interés en llevar un diario. Nunca permitió que se publicara una frase siquiera, ni tampoco, como otros diaristas, lo leyó a sus amigos, aunque los más íntimos sabían de su existencia”.

Sin embargo los dejó ahí, y uno de los motivos que alega el hijo para publicarlos es que ella le dijo alguna vez que tenía intenciones de escribir una autobiografía. Estos diarios podían ser su autobiografía. En ellos a veces aparece un registro más típico de este tipo de escritura, con sus reflexiones sobre el matrimonio o la experiencia educando a su hijo, a veces de un modo demasiado fragmentado, y otras parecen un cuaderno de notas con listas de libros por leer o por comprar, o citas textuales de libros que lee.

Un poco caóticos y desordenados, son también un retrato de la pasión intelectual de la prolífica escritora.

Alejandra Pizarnik

La poetisa argentina dejó un diario que es una belleza, por momentos desolador pero también lleno de su poesía. Ella es otra de las escritoras que explora el diario como género, incluso lee el de varios escritores y sugiere la idea de que un día los suyos sean publicados. Después de leer los de Katherine Mansfield, escribe: “Puede ser también, que, dada mi escasa facilidad de expresión oral, apele al papel para no atragantarme, para escupir el fuego de mis angustias. Por eso, quizá, amo tanto estos cuadernillos de quejas, cuyo valor es exclusivamente psicológico, pero nunca literario.”

O después de leer los de Cesare Pavese: “Me desilusiona un poco tanta semejanza y, al mismo tiempo, me siento salvada”. “Terminé los diarios de Kafka y ahora me siento más sola que nunca”, en 1969. Los diarios de Sontag pueden provocar sentimientos similares.

El sexo, el amor, la soledad, la angustia, sus inseguridades respecto a su físico, la experimentación con el lenguaje son algunas de las constantes de estas páginas. “Escribir un diario es disecarse como si se estuviese muerta”. Y sin dudas este diario termina de armar, junto a su obra, a una de las escritoras más importantes de nuestro país.

 

Cada persona tendrá su propia experiencia con los diarios como sucede con todos los libros, pero la mía está marcada especialmente desde una conexión, desde ese hilo invisible que, después de haber leído a estas escritoras, siento que me une de alguna manera a ellas, me permite bajarlas de un pedestal. Leerlas en la intimidad me hace sentirlas cercanas y reales.

 

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