#MujeresQueEscriben

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Lo que te corresponde           

                

Cinthia Solis*

Tenía el fuerte presentimiento de que ciertas cosas se romperían con la limpieza de la abuela, y eso que no hizo mucho. Me pasó por todo el cuerpo un sahumador, después una vela blanca y dijo una oración. Yo no entendía lo que murmuraba. En un papel blanco, escribí por sugerencia de ella “lo que me correspondiera”. Encendí la veladora con el papel debajo y la coloqué en mi altar.

Lo hice un domingo. Ella pidió que se la llevara el jueves para ver cómo habían quedado los restos. Solo que no hubo, se consumió de tal forma que lo único que quedó fue el negro del humo impregnado en el vaso. 

*

Hoy es martes y le pregunté a Matías si esta semana nos veríamos. Él me citó a una hora inusual, las cinco de la tarde. Abrió la puerta en bóxer, recién bañado, tomaba mate. Yo le pedí una cerveza. Había una colilla de mota y cada uno le dio un sorbo. Yo nunca la aspiro demás. Sin embargo media hora más tarde ya estábamos sobre el colchón inflable. Cuando todo acabó se fue a la cocina a hablar por celular. Comencé a vestirme, le pedí que me ponga café en el termo para llevar pero él insistió en que lo tomara ahí.

Entonces comenzó a hablar: conocí a una chica hace dos semanas, fuimos a la playa, tuvimos conexión, la vi de nuevo y me dio bola. Sentí algo por ella, vos estás aquí porque tu novio no te coge. Podríamos ser amigos, salir por un café o una cerveza. 

Le contesté que no se podía todo en la vida, al tiempo que daba un sorbo al café sin azúcar. Matías me explicó que la chica en cuestión estaba viajando, que ya tenía un pasaje a Lima, pero que la convencería para vivir con él. “Tú ya sabes que cuando me enamoro solo quiero estar con la persona en cuestión”, dijo.

Me fui de su casa, al final del pueblo de Conkal, con sus palabras flotando en la nariz: “Es que ella y yo queremos las mismas cosas, es especial”. No tuvimos un abrazo de despedida. 

*

Había escrito en el papel blanco debajo de la vela que me correspondía un novio, dejar de pelear con mi madre, y cosas por el estilo. No había pedido esto. Mientras me dirigía hacia la universidad, veía a Matías con la mujer especial en un atardecer de playa con sus planos abdómenes tirados sobre la arena, sus risas y complicidad mientras pasaban las horas y ella le daba el sí a su propuesta de mudarse con él. Viajarían a Perú, se revolcarían sobre los colchones incómodos de cualquier hostal y serían felices, comerían perdices. Algo así de estúpido era mi remate mental.

El jueves llegué a casa de la abuela. Ella encendió un puro y comenzó a fumarlo sobre mi cabeza, mis hombros, mis brazos, mi vientre. Al final tomó un caracol y lo sopló delante de mí: “qué bonitas palabras dice, ya vas a mirarlas acontecer”.

*

Cinco meses después Matías me visitó una tarde mientras yo cocinaba. Había una vela con otro papel blanco debajo que se consumía. Estaba bronceado por el sol de julio. Se veía más delgado y ojeroso. Le serví un vaso de agua mineral. 

La chica especial estaba preñada. Me lo dijo con ese acento suyo. Le hacía ilusión tener una nena. Le tuve pena a pesar de que debería felicitarlo. Lo especial del asunto: ambos querían tener un hijo, Matías el segundo y ella el primero. Pero ahora que ella tenía cuatro meses, vivían en el mismo techo aunque él en un colchón en otra pieza atrapada en un constante cambio de silencios. 

Estuvimos en la cama tendidos y él me decía que se imaginaba que yo lo tocaba. Pensé que en sus palabras estaba mirando los escombros de un pasado que ya no nos pertenecía. De todas formas lo toqué y él me tocó. Antes de irse le deseé suerte con la llegada de su hija. Mi novio estacionó su moto justo a tiempo cuando Matías ya se encontraba del otro lado de la calle.

 

*Cinthia Solis (1984) es docente, traductora y contadora pública. Vive en Mérida (México) y estudia psicología. 

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