Los ojos de Beba
Por Anabela Tamagna
Abrió los ojos y disfrutó unos minutos del placer de haber dormido su siesta sentada en ese colchón que la acompaña hace años, el mismo que compartió durante varias décadas con su marido y que ahora sólo tenía la forma de su propio cuerpo en un costado. Sábanas y acolchado abiertos de su lado parecían esperar el signo de una figura humana que ya no estaba. El resto de la cama, intocable ya desde hace unos meses, tendido sin movimiento, mostrando implacablemente la ausencia.
Le gustaba semi acostarse a las dos de la tarde, ponerse los auriculares que conectaban a la tele y dormirse mirando alguna serie. Le había costado un poco acostumbrarse a las nuevas tecnologías pero “qué gran invento el fletnix que me trajo Dani”, pensó.
Sus ojos recorrieron la soledad del lado izquierdo de la cama, se trasladaron a la alta ventana, pasaron por el ropero marrón y se dirigieron a la puerta. Haría lo de todos los días por la tarde: prepararía su mate, lo tomaría mirando la novela, regaría las plantas, se volvería a sentar frente al televisor hasta que llegara la hora de la cena.
Giró levemente su cuerpo para incorporarse, apoyó un pie y con un poco de esfuerzo, el otro. Puso sus manos sobre el colchón y tomó impulso para erguirse. Sintió la alfombra, calentita y suave, bajo su cuerpo Sus ojos se posaron sobre sus pies, sus ojos claros, color turquesa intenso, miraron el pasillo que separa la habitación de la cocina. Como una autómata, como siempre, como todos los días, fue hacia el mate que la esperaba al ladito nomás de la pava. Pudo sentir en su vista el aire fresco que venía de la habitación contigua. Ese que todos los días le abanicaba la mirada y la hacía despertar un poco más. Con ímpetu dio un paso y la alfombra, la maldita alfombra, se interpuso entre Beba y su mate.
El dolor fue intenso, una puntada inaguantable que la llevó a gritar tendida justo al lado de su confort de siesta. No recuerda bien cómo pero cuando se quiso dar cuenta estaba sobre la alfombra calentita, según sus pies; la alfombra áspera, según su cadera; la alfombra vieja, chota y traicionera, según ella misma. Tirada en el piso, la miraba sin poder creer la traición de aquel pedazo de tela elegido cuidadosamente para engalanar la habitación hacía tantos años atrás.
No pudo decidir si le molestaba más el dolor de su cuerpo o el olor de la alfombra raída y descolorida, meada tantas veces por los perros. “Pensar que te quise tanto”, le dijo susurrando mientras la sentía tocar sus brazos y su pelo, y miraba el techo y gritaba esperando que su hijo escuchara sus desesperados deseos de ponerse de pie.
Cada intento por moverse le significaba a Beba un cachetazo contra la alfombra que parecía querer absorberla, dejarla ahí para sentirla. Con olor a enfermedad, con malos augurios y aburridos arabescos, el pedazo de lana y poliester peludo parecía querer abrazarla.
Beba escondió su dolor entre los dientes, respiró profundo y volvió a gritar. Sus ojos cristalinos miraban una y otra vez el borde de la cama. No podía subirse, ni sentarse, ni siquiera apoyar los pies en su alfombra calentita. Boca arriba, sólo podía mirar el marrón de la estructura de madera de su cama, el oscuro matiz que había adquirido el techo y el ya indescifrable tono de las paredes. Fijó la mirada allí para ver si el tono de sus ojos podía trasladarse y hacer las paredes más luminosas. “Sería lindo poder cambiar el color de lo que uno mira con sólo mirarlo”. Se rió de esa ocurrencia. “Dejá de pensar pavadas. Estás tirada en tu habitación esperando que te oigan, como si fueras una radio antigua de esas que cuestan sintonizar. Esperás a tu salvador, mientras tu propia y traicionera alfombra te retiene sobre ella, gustosa de sentir tu dolor.” Cruzó los brazos sobre su abdomen. Miró el techo otra vez. Quiso moverse. De testaruda nomás. Imposible.
Abrió los ojos. Parpadeó. Creyó oír pasos acercándose. Era Pumpi, el perro, que la lamió con ganas de levantarla, que la olfateó con intenciones de descubrir cómo sentarla, que recorrió toda la alfombra como hablándole para que dejara a Beba en paz, que se fue sin haber hecho nada. “Me quiero ir a mi cama. En mi cama voy a estar mejor: es más cómoda, tiene mi olor, mis colores, mi vientito en los ojos. Quiero mi cama.” Lloró en silencio. La alfombra no respondió. Sacó las manos del abdomen y la tocó, la acarició, casi agradeciéndole por no tener que estar tirada en un piso frío.
Escuchó a su hijo acercarse corriendo y lo que vino después fue un enredo de malabares, emergencia, clavos, camas de hospital, chatas, sillas de ruedas.
Una semana después, cuando abrió los ojos y miró desde su almohada como nunca antes había mirado, se dio cuenta de que buscaba a la alfombra traidora, mientras intentaba reconocer su habitación sin el pedazo de lana y poliester en el piso. Recorrió cada espacio de su cama, de esas dos plazas que fueron para dos durante tanto tiempo y que ahora le quedaban grandes, inmensas. Pudo sentir la ausencia otra vez. Ochenta y tres años abriendo los ojos turquesa intenso, cristalinos a veces, cálidos siempre. Ochenta y tres años, y clavos en la cadera. Su vida entera puesta en juego ahí, justo donde la cama se enreda con la alfombra. Posó sus ojos sobre el piso. “Yo te quería tanto”, pensó. No pudo pararse ni sentir el calentito en los pies. No todavía. Pero se miró en esa cama, se asomó a su nueva compañera de piso, la miró convencida de que pronto serían buenas amigas. Y no pudo cambiar a turquesa el bordó de su nueva alfombra pero pudo, de reojo, sentir el vientito en la mirada.
Que bella historia, nostalgia de identidad, reflexión auténtica que me lleva a pensar que somos lo que nos rodea y que lindo estar rodeada de momentos inolvidables. Que seria de Beba sin esa historia por contar. Excelente Ana!
Impecable !.Muy bueno el relato breve ,,pero que describe perfectamente un hecho con total sencillez y logra que uno vaya viviendo cada situación.
Bello. Inmensamente bello.
Cuánto talento para para poner poesía en un acontecer de la vida cotidiana y transformarlo, haciéndolo más vivible «a pesar de…»
Me quedo con los «ojos turquesa intenso, cristalinos a veces, cálidos» qué creí conocer, y hoy los redescubro de tus letras, Ana.
Gracias por tanto amor! Te admiro! Te quiero!
Excelente !!!!!, en la simplicidad y complejo de lo ocurrido está el relato perfecto, que te transporta como observador a todos esos momentos vividos por Beba
Sencillamente hermoso!
Gracias por haberme hecho sentir la emoción que me produjo tu relato!!