Por Vero H.
Dejo a los chicos en casa de mamá. Chau pichu, chau puchi, descansen, no hagan lío, mañana los vengo a buscar temprano. Les gusta quedarse a dormir en lo de su abuela pero siempre el más chico hace berrinche cuando me estoy yendo. Primero el grito agudo, después el llanto, yo tengo que recular, entrar y hacerle mimos, se me cuelga de la remera, tironeamos y, al final, le prometo comprarle algo el día siguiente. Me voy sin remordimientos porque sé que ellos se ríen apenas se cierra la puerta.
Esta vez tengo una fiesta, voy con mi novio. No es algo que haga seguido, necesitaría salir más.
Corro hacia mi casa. Me queda una hora para cambiarme, maquillarme y peinarme. Paso de Cenicienta a princesa en sesenta minutos: me miro en el espejo y no me reconozco.
Mi pareja toca el timbre, bajo, se asombra, parece que no es normal verme tan arreglada. Tendría que hacerlo siempre, pienso.
Quince minutos de viaje, hablamos de hijos, de los de cada uno (no hace mucho que nos conocemos, acabamos de iniciar este capítulo en nuestras conversaciones). Estaciona y caminamos dos cuadras hasta llegar.
Entramos al salón. A cada persona a la que saludo me dice te ves radiante, te ves distinta y así me siento. Llevo puesto un vestido rojo entallado, los hombros al aire, los labios igual de rojos; cuánta sensualidad la mami, me susurra alguien y sonrío tapando mi boca, me hago la pacata.
La música acompaña, todavía no empieza el baile. Me apoyo en la barra a hablar con unos conocidos. Un tipo me mira desde lejos. Mi novio desapareció, lo perdí de vista. Sostengo la mirada de quien me mira, tengo que probarme. Un vaso se resbala de entre dos manos, a unos metros de mí e interrumpe mis pensamientos, que ya se volvieron un poco sucios. Una del grupo dice recién empieza la fiesta y ya está borracho. Miro para ver de quién se trata y veo a mi novio ahí donde se rompió el vaso. ¿Habla de él? Hago como si nada hubiera pasado. Al rato, me muevo hacia otro grupo. Me paseo saludando a todos con efusividad, desplegando mis brazos como las alas de un pavo real: ya tomé coraje y me olvidé que soy una mami, soy un poco mujer y quiero diversión.
En algún momento, decido buscar a mi pareja. Él no conoce a casi nadie pero se las arregla para pasarla bien, según parece. Ya no lo veo donde estaba. En mi deambular, tropiezo con el ex marido de una ex amiga. Nos saludamos, recordamos la última vez que nos vimos (¿ya separados, acompañados?), me pide que lo siga hasta el sillón, donde hay más luz, me quiere mostrar unas fotos que encontró en su celular días atrás. Lo sigo (desde más allá, algunas amigas de mi ex amiga nos estudian). Brindamos.
Una, dos, tres copas de vino después, me siento mareada y necesito ir al baño. Hago pis. Después de limpiarme, me subo la bombacha y me arreglo las medias, que están un poco corridas, no sé ni cuándo pasó. Entonces bajo la tapa del inodoro y me apoyo, me quito las medias y coloco la parte de adelante hacia atrás, porque creo que así la rasgadura va a pasar más desapercibida o al menos yo no la voy a ver. Mientras lo hago, escucho a dos mujeres que entran al baño y hablan. Dicen puta, dicen rojo y dicen tiene hijos. Al final, escucho recién separada, y también con todos. Salgo desde atrás de la última puerta dándole un golpe y se sorprenden. Están de espaldas a mí, pero nos vemos a través del espejo. Las conozco. La más baja se sonroja y codea a la otra, de rulos, que disimula sonándose la nariz. Dudo entre mandarlas a la mierda o hacerme la tonta (si voy a los hechos, nunca pronunciaron mi nombre -podrían estar hablando de otra). Elijo el papel de tonta, me sale mejor y además no voy a arruinarme la fiesta.
Vuelvo al salón que ahora estalla en luces y sonidos. Me quiero olvidar de las palabras que oí, bailo, muevo las caderas, pero el alcohol se me sube y me incita, querés puta, tomá puta, pienso y coreo las canciones a viva voz, el meneaito el meneaito, revoleo el culo. Se va amontonando gente alrededor, aplauden, me festejan como si yo fuera la protagonista. Un tipo se acerca y me toma de la mano para bailar, lo acompaño un rato y después hago un movimiento para esquivarlo con disimulo. Pero mi pareja, ¿dónde está? Lo busco entre la muchedumbre sin dejar de bailar. Habrá ido al baño, pienso y sigo.
Tanto bum bum tanto chan chan, el vino que tomé, el calor, necesito mojarme la cara, bajar de vueltas.
Mi novio sale del baño de hombres, en el mismo instante en que yo voy a entrar por la puerta de al lado. Me saluda sacudiendo la mano, tiene los ojos perdidos. Creo que está borracho. ¿Estás bien?, le pregunto y sigue caminando. Sí, está borracho.
Entro y me acomodo frente al espejo, me lleva unos segundos darme cuenta de que la palabra puta flota sobre él, escrita con labial rojo, paso el dedo por la A para asegurarme que no lo estoy imaginando y sí, es real; salgo enfurecida, siento la cara húmeda en un sudor caliente, voy a buscar a las dos, a la bajita y a la de rulos, las encuentro cuchicheando con otras, me miran con sorna y les grito sí soy puta soy puta. Las dos se hacen las distraídas, miran al resto y gesticulan, buscando consenso. Me transformé en un show inesperado y quieren más, escucho voces alrededor y no entiendo las palabras, ¿estamos debajo del agua? Todo transcurre rápido y, al mismo tiempo, con una densidad, como si caminara dentro de un tanque lleno de líquido. Entonces algo dentro de mi cabeza me ordena basta, y voy contra la más baja, me abalanzo sobre ella, le pego; la otra nos intenta separar y liga un cachetazo. Mi pareja viene en mi ayuda en algún momento, no sé cuándo, no se lo pedí, tampoco. Yo quería más fiesta.
A pesar de su propia inestabilidad, mi novio me separa de las dos mujeres agarrándome a upa desde la cintura, vamos que ya tomaste demasiado. Me quedo pataleando en el aire.
Me lleva hasta un sillón, respirá hondo; trae un vaso, tomá agua. Pasamos cinco o diez minutos en silencio hasta que me vienen ganas de llorar, me arrepiento de todo, mis plumas de pavo se marchitan, soy Cenicienta otra vez. Mi novio debe estar sorprendido, nunca me vio en este estado, ¿seguiremos juntos mañana? Me susurra mejor nos vamos, ya debés estar cansada. Acepto y le aviso que necesito pasar por el baño, me estoy haciendo pis otra vez. Cuando entro, no puedo evitar mirar el espejo, los trazos rojos ahora dicen… ¿mamá?
Ya no paso el dedo para comprobar la materialidad de las letras, eso es real.
Hago pis.
Al salir, encuentro a mi acompañante apoyado sobre el vano de la puerta, un poco dormido, mi cartera entre sus manos. La cuelga sobre mi hombro y, como todavía me tambaleo, me sostiene de la cintura con su brazo. Vamos, hermosa. Puf, al fin.