#MujeresQueEscriben

Mujeres-que-escriben

Por Valeria Baró

La noche era cálida, de esas noches de primavera que invitan a salir. Tal vez haya sido la única razón por la cual ese domingo le dijiste que sí. Elegiste tu vestuario minuciosa, pantalones anchos, remera ajustada, zapatos abotinados con tachas. Todo en color negro, las tachas de los zapatos combinaban con las de la cartera. Ese era tu detalle favorito. Siempre te acompañó el color negro, desde tu adolescencia. Te brindaba seguridad y, según tu amiga, te ayudaba a disimular imperfecciones.

Cerraste la puerta de tu casa, bajaste un piso por escalera, hiciste un chequeo final en el espejo del palier y saliste. Él te esperaba fuera del auto. Cuando te acercaste improvisaron un saludo casual, ese tipo de saludos que las personas hacen sin tener claro el por qué, actos que parecerían consensuados de ante mano, sin embargo, no existe conciencia de ese consenso. Un beso en la mejilla, palmadas livianas en la espalda, sonrisas.

—¿Vamos en auto? —te preguntó él.

—Prefiero caminar, por acá hay lugares lindos —le respondiste.

—Mejor, así evitamos buscar lugar para estacionar —te dijo y vos sonreíste.

Tímidamente, él te dio la mano y vos, un poco nerviosa, te dejaste llevar. Caminaste con él sin rumbo, haciendo comentarios sobre cada cosa que veías al pasar. En cada esquina te frenabas para comprobar si algún bar tenía lugar disponible. Ninguno te gustaba tanto como para quedarte, todos con mucha gente, todos muy ruidosos. Le propusiste seguir caminando y él aceptó. Le gustaba escucharte, observar tus gestos, acompañarte.

Desististe del bar y le propusiste ir a una plaza. Sabías que a pocas cuadras estaba aquella a la que solían ir las tardes que pedían aire fresco. Al llegar visualizaste un banco libre pero antes te detuviste en el centro de la plaza, frente al canil donde unos pocos perros estaban sueltos y ladraban. La brisa de la noche se sentía en las copas de los árboles que se movían lentamente. Escuchaste gritos de gol que venían de alguna ventana abierta y recordaste las pocas veces que lo acompañaste a la cancha. Lo abrazaste muy fuerte y él se dejó llevar por tu impulso. Tantas veces necesitaste ese abrazo. Sin que nadie se lo pida tu mente empezó a rememorar momentos, como si fueran esos videos clips que pasan en las fiestas para agasajar al que cumple años. Tus viajes, tus peleas, tus encuentros, tus desencuentros, tu insatisfacción, tu desencanto, tu furia y tu decepción. Lo besaste y le pediste perdón. La última vez que se habían visto él te dijo que buscaba alguien que lo quiera, buscaba con quien compartir días y noches. Vos le dijiste que no eras la persona. Le volviste a pedir perdón, y te fuiste pensando que no siempre la mejor versión de una se encuentra en tiempo y espacio con otra persona.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *