Por Deby Low
Siempre digo que soy feminista desde que tengo uso de razón. Las mujeres somos personas que deberíamos gozar de los mismos privilegios y oportunidades que los varones. Esto no sucede. Durante muchísimo tiempo la sociedad se organizó de una forma binaria, repartiendo roles femeninos y masculinos que tal vez tenían un sentido en el pasado que ya no tienen.
Los humanos nos empeñamos en mantener estático lo que es dinámico. Nos asusta el cambio permanente del mundo al que hay que adaptarse una y otra vez. Comprendo que antaño la sociedad se organizó así para subsistir. Los hombres iban a la guerra y hacían el duro trabajo del campo para proveer y proteger a su familia. Las mujeres en sus casas criaban a sus hijos, cuidaban a sus mayores y sostenían el hogar haciendo todos los quehaceres domésticos y administrativos. Ellos tenían mayor fuerza física, nosotras éramos vulnerables por nuestros embarazos y nuestros bebés. La cría del humano es la que más tarda en independizarse.
Hasta acá todo bien, supongamos…
Las guerras del siglo XX obligaron a las mujeres a dejar sus hogares y a meterse de lleno en las fábricas como obreras mal pagas, para correr luego a sus casas a seguir trabajando en los quehaceres domésticos.
No soy historiadora y no quiero entrar en explicaciones históricas geopolíticas culturales. Pero me parece pertinente hacer un breve y limitadísimo resumen para explicar el amargo sabor a injusticia que tengo en mi boca desde niña.
Cómo podía yo, siendo pequeña, entender que mi madre me pedía que levantara la mesa, que lavara mis bombachas, que la ayudara por favor, mientras que a mi hermano mayor no se lo involucraba jamás en estos menesteres y se lo estimulaba para que se convirtiera en alguien admirable para llevar adelante una profesión. Ojo: a mí también me estimulaban para que estudiara y para que fuera independiente, pero lo que se esperaba de mí era que me convirtiera en una buena candidata para casarme con algún prometedor profesional y fuera una buena esposa. Siempre hubo un sesgo de subestimación en mis propuestas y un apoyo incondicional en los proyectos de mi hermano varón.
Ya sé que una tiene que cagarse en todo aquello y llevar adelante sus sueños sin esperar nada de los demás. Ya sé que siempre hubo mujeres que ignoraron los mandatos y se convirtieron en lo que quisieron con determinación. Sé que las cosas evolucionaron bastante y que los comerciales de detergente ya no están tan dirigidos exclusivamente a nosotras. Sé que hay varones que cambian pañales y lavan los platos dos veces por semana. Está bien. Tal vez algunos lo hacen más seguido.
Estoy harta de escuchar a las mujeres de todas clases sociales quejarse de que no pueden más. Mujeres casadas o separadas que tienen que estar atentas a la ropa, a los turnos médicos, a los deberes escolares, a los horarios de fútbol, mientras que los varones, en el mejor de los casos, atienden estos quehaceres que piensan que organizan y administran sus ex o actuales.
Esta carga mental debe empezar a repartirse de una vez por todas.
Esta carga mental nos quita energía. Muchas lo aceptan justificándolo con engañosas explicaciones biológicas que dicen algo así como que las mujeres somos seres de una generosidad tan grande y de una capacidad multitasking y bla bla bla. Elogios psicopáticos para mantenernos ahí, en ese lugar maternal de bregar por el bienestar y el cuidado de todos y de todas. Otras se rebelan convirtiéndose en personas pesadas, insoportables, quejosas, y así nadie te va a querer y por eso te quedaste sola.
Hablamos de las penurias de las mujeres de clase media. Porque las mujeres de clase baja tienen estas complicaciones multiplicadas por diez mil. Hombres que se borran de sus obligaciones paternales por completo, que están cuando quieren y como quieren, que se sienten dueños de las madres de sus hijos o de sus novias. Sabemos que muere una mujer cada día asesinada por un macho enojado. Los femicidios atraviesan todas las clases sociales. Pero en las clases bajas son insoportablemente más frecuentes. Al menos hemos logrado que ya no los llamen crímenes pasionales. Pero no logramos bajar la cantidad de muertes de mujeres que intentan salirse de esos infiernos y no encuentran en la sociedad la contención para ponerse a salvo.
Tomando mi experiencia personal, no tuve ninguna relación que no se viese carcomida por peleas sobre «dale, hermano, agarrá una escoba», «levántate vos esta vez por favor» o «¿pensaste que van a merendar los chicos?
No son ellos los únicos proveedores que llegan agotados a sus casas, no solo quiere teta el bebé, están también el baño, los vidrios, y hay que limpiar los platos que se lavan varias veces por día, no soy tu mamá. Somos dos personas que deben evolucionar, patear el tablero de los roles y mandatos y repartir de una manera más justa los putos quehaceres domésticos y administrativos.
¿Como mierda no ser feminista?