#MujeresQueEscriben

Por Rocío Cortina

“Empatía” es un término que se ha puesto de moda. Leer nos vuelve empáticos, advierten en el último tiempo comunicadores y diversas voces de redes sociales. Quizás eso sucede con el nuevo libro de Marina Yuszczuk, ¿Alguien será feliz?, editado por Blatt&Rios.

A través de quince relatos breves, el libro sostiene una voz imposible de ignorar. Cada vez más cercana al lector, es una melodía potente y amable al mismo tiempo, que acompaña a surfear la ola de la experiencia lectora. Esto sin contar la interpelación desde el título, porque quién no se ha preguntado, con cansancio, si en verdad el jardín de enfrente está más verde.

No es el impacto, no es la tensión ni la revelación en el desenlace sorprendente lo que caracteriza a la historias de ¿Alguien será feliz? Es un ser y estar ahí de los personajes, de forma sincera y cercana. Ellas y ellos —la mayoría de las veces sin nombres propios— se revelan humanos y contradictorios, en búsquedas cotidianas que no por eso aparecen deslucidas, en finales abiertos que sugieren la ausencia de recetas magistrales y le piden la mano al lector para afirmarse.

Una nena de familia trabajadora hace una búsqueda personal para aprender a tocar el piano e ingresar al mundo de la música. Una periodista vive en carne propia el temido flagelo de quedarse sin pilas en el grabador ante una entrevistada importante. Una mujer se hace consciente de que su madre está perdiendo la vida durante un viaje familiar. Alguien hace el intento de dejar de ingerir harinas y todo eso que los especialistas de turno afirman que hay que dejar de comer.

¿Cómo te impacta el hecho de transitar la escritura a través de varios géneros al momento de escribir ficción?

Es bastante difícil. Lo que más hace fricción es ser editora y escritora, porque los escritores necesitamos cierta fantasía y aislamiento. Por lo menos en el momento en que estás entregada a una obra necesitás creer que es valiosa, única y genial. Nunca entendí esas críticas moralistas a los escritores por su ego. ¿De qué otra manera se sostiene durante años el trabajo sobre un texto? Tiene que haber una creencia fuerte ahí, hay que estar embelesada. Y ser editora te da una perspectiva casi opuesta, es como un baño de realidad. Entendés que los libros circulan en un lugar determinado, por motivos que poco tienen que ver con la pasión de los escritores. Es como en esa película de Carpenter donde se ponen unos anteojos que los hacen ver la realidad y a las personas tal como son, es el horror. Para mí es importante que los escritores no vean del todo la realidad del mercado. Pero para ser una buena editora sí, tenés que verla. Entonces diría que escribir y ser editora son incompatibles, es medio monstruoso. Eso me hizo entrar en crisis como escritora, tener una nueva mirada sobre mi propia escritura. Espero poder aprovechar esa nueva mirada. O como dice esa frase tan optimista, que de todo esto venga algo bueno.

¿A qué motivos crees que obedece la circulación de las obras en el mercado editorial actual?

No creo que sea el mercado literario actual, desde el siglo XIX hubo best sellers (siempre novelas), ediciones de autor, eso que hoy llamamos mainstream y libros que circulaban de modo más prestigioso y restringido.

¿Y cómo definirías, en pocas palabras, esa nueva mirada que obtenés de tu propia escritura?

Pienso que es cierta distancia. La mirada del editor es de mucho entusiasmo pero desapego también, por eso existe ese lugar común de que los editores son fríos y calculadores frente al romanticismo de los artistas, que muchas veces se traduce en «lo que hago es genial porque yo soy genial y quiero que se publique tal como está». Es una postura muy improductiva. Hay una instancia de la escritura que es puro trabajo. Me acuerdo siempre de esa frase de Barthes: «lo espontáneo es malo». Lo primero que surge muchas veces es lo que está más atravesado por la cultura y el lugar común.

Tus textos retoman experiencias de lo cotidiano. ¿Desde dónde partís para desarrollar una idea? ¿Cómo nutrís tu escritura?

Es como remontar el curso de un río esta pregunta. Son años de aprendizaje, muchísimos. Sobre todo como lectora. Creo que a través de la lectura vas formando una sensibilidad que te hace ver las cosas de cierta manera, literariamente: descubrís una forma, en realidad todos hacemos eso. Armar un relato. Lo aprendemos casi al mismo tiempo que el lenguaje. En estos últimos años vi el proceso en mi hijo y me fascinó. Es tan simple como contar un cuento. Esa suele ser la primera versión de algo que escribo, quiero contar una historia. Después hay un trabajo en profundidad. Y eso se nutre de la lectura, yo siento que leo cada vez con más fervor. No más cantidad, sino más fascinada, y muy atenta a los procedimientos que hacen que un libro me encante.

¿Qué diferencia hubo entre la escritura de tu primer libro de cuentos, Los arreglos, y ¿Alguien será feliz?

Los arreglos fue la primera vez que escribí narrativa. Ahora también siento que estoy aprendiendo que narrar es un arte que lleva mucho tiempo. Creo que escribí Los arreglos con más ingenuidad porque fue antes de Rosa Iceberg. Quería buscar un registro que estuviera más en un borde de lo literario, más cerca de lo coloquial, pero con ¿Alguien será feliz? eso cambió. Todavía no sé muy bien en qué sentido, pero en el medio leí a Lydia Davis, por ejemplo, que cultiva cierta sencillez en el lenguaje pero al mismo tiempo pone la construcción bastante en primer plano, por momentos su relatos son casi abstractos, se tratan de cómo se construyen. Ella hace algo muy particular que me atrapó mucho: casi todo es autobiográfico, pero solo en el sentido en que no importa el contenido más que como material para experimentar sobre la narración. Creo que estaba pensando bastante en eso cuando escribí ¿Alguien será feliz? y me di cuenta de que, si bien me interesa la vida cotidiana, los asuntos humanos por decirlo así, lo que más me interesa es buscar maneras de armar un cuento y una vez que las atravieso, ya está. Creo que no las repito. Por eso el primer cuento de ese libro, La música, trata sobre la forma y lo inhumano en el arte, sobre las combinaciones y variaciones, cosas que pensé sobre la música pero por supuesto sobre la literatura también. Igual fui muy feliz escribiendo los dos libros porque para mí escribir es la felicidad, yo solo existo del todo cuando escribo.

Uno de los cuentos, Los trabajos, está dedicado a Hebe Uhart. ¿Qué significó Uhart en tu formación como escritora?

No sé si todo lo que escribió Hebe, cuando puse esa dedicatoria pensaba mucho en Guiando la hiedra que a pesar de su brevedad es un texto que me parece una joya, lo leí mil veces. También es un hit dentro de su obra, por algo es. Lo que capta en relación a las mujeres solas, a envejecer y convertirse en una bruja, me parece alucinante. Y a cierto dolor de la vida cotidiana en su pobreza que ella convierte en maravilla, casi con un pase de magia, en ese relato. Cuando descubrí a Hebe Uhart, no solo su obra sino ese perfil de vieja cascarrabias que no se bancaba el blabla del mundillo literario, me deslumbró. En general las mujeres que escribimos en Argentina miramos de afuera la discusión sobre si Borges o Aira, si Fogwill o Piglia, si el escritor argentino debe optar entre tal o cual tradición o modelo de literatura. Muy de afuera. Y Hebe representa una línea más habitable, me parece a mí. Rompe esos esquemas.

¿En qué estás trabajando ahora? ¿Estás escribiendo?

Estoy escribiendo una novela de ficción, algo bastante diferente a mis libros anteriores porque sentí que necesitaba una alternativa a la autoficción, que me encanta pero en un punto puede convertirse en un callejón sin salida.

¿Por qué un callejón sin salida?

Porque no alcanza con contar la propia vida, tiene que haber una idea. Pienso en un libro como Apegos feroces, y en la inteligencia con que Gornick hila la narración de la infancia y el mundo de inmigrantes en que se crió, la idea de amor romántico y pareja de su madre, sus propias experiencias amorosas, los choques entre las dos… es tremendamente sofisticado, no solo un libro donde se cuenta el vínculo con una madre. Ella hace que sea muchas cosas más. O lo que hace Richard Ford en Entre ellos, casi un experimento de escritura: narra al padre y a la madre, sí, pero tiene esta idea de separar el libro en dos y que en cada mitad aparezca una figura mediada por el tiempo, por la posición distinta de él como hijo. Y, por otra parte, hay experiencias que solo pueden contarse a través de la ficción. No siempre el relato directo, por decirlo así, es el más verdadero.

¿Qué estás leyendo? ¿Cuáles fueron los libros que más te gustaron en el último tiempo?

Leí bastante lo que todos están leyendo, por trabajo. Rachel Cusk, Lorrie Moore, Joyce Carol Oates. Me encantan, pero las lecturas más vitales para mí son esos libros que saco de la biblioteca a modo de consulta mientras estoy escribiendo, un relato de Rachilde que se llama La bebedora de sangre, que publicó la editorial chilena Overol, un cuento de Mariana Enríquez de Las cosas que perdimos en el fuego que se llama La casa de Adela, que me parece perfecto y ejemplar con respecto a cómo funciona un cuento: es como abrir una caja. Tiene que haber una sorpresa. Me encanta ese relato porque rodea una casa, prepara el suspenso y cuando la abre, es fascinante. En general no pienso en libros o autores sino en tal cuento de tal libro, en cierta parte de una novela. Me parece que lo que una arma como escritora no es una tradición sino más bien un Frankenstein.

* Nota publicada originalmente en Revista Polvo

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