AGUAFUERTES
La compra hormiga
Son días de compra hormiga en el barrio nuevo. No me rindo ante la eficiencia de la compra única, que tan bien había aprendido durante la cuarentena (se podía salir pocas veces, con control, convenía no olvidarse de nada). Ahora pierdo el tiempo en la circularidad doméstica, y lo saboreo.
Salgo a buscar víveres equipada con mis bolsas de tela naranja y verde. En un supermercado, los productos de la canasta básica: harina, fideos, azúcar, arroz, té. En aquella verdulería, la fruta. En la otra, la verdura, porque es autoservicio y la puedo elegir. La carnicería chiquita que está a mitad de cuadra me la recomendó una amiga, que ahora es vecina. En ese otro súper el café, que está con “precios cuidados”. En la dietética grande de la avenida busco la leche de almendras, las legumbres, las nueces, el chocolate.
En medio de la compra hormiga, el otro día descubrí un vivero a dos cuadras de casa. Mientras la recorría, hice listas mentales de:
1- Las flores que podría ir a buscar después, para poner el balcón.
2- Las plantas de interior que podrían quedar bien cuando el escritorio esté terminado.
Muy moderada, me compré solo una plantita de salvia. La señora que me atendió captó mi fascinación: «Mirá que para allá tenés arbustos y árboles», me dijo. Ahí fui, a mirar.
Salgo, corro, re-corro. Quizás sea la mejor forma de conocer un lugar: consumiéndolo.
“El consumo sirve para pensar”, decía un trabajo del antropólogo García Canclini. En todo consumo se juega nuestra identidad, nuestra pertenencia. El consumo es un gesto mediante el cual actuamos en la vida social, intervenimos en el terreno público.
¿Y las hormigas? Toda frase que contenga la palabra hormiga suele hacer referencia a la laboriosidad. El trabajo de hormiga, por ejemplo, es ese pequeño, silencioso y esforzado gesto a repetición, que a veces se hace de a muchas personas y que, con suerte, rinde a largo plazo. El acopio -de dinero o de cualquier otra cosa- es un trabajo de hormiga. La difusión de una causa es un trabajo de hormiga. Un bordado artesanal es un trabajo de hormiga. Escribir es un trabajo de hormiga.
Nunca me gustaron las hormigas. Hay algo monstruoso en la construcción de sus túneles subterráneos, en la carga de hojas masticadas, tan chiquitas y tan rápidas, que es capaz de matar una planta en una sola noche. Una vez, dejé una pastafrola recién hecha arriba de la heladera para que se enfriara. Me fui a dormir la siesta y cuando me desperté las hormigas había subido desde un hormiguero de la calle hasta mi casa, en un primer piso. Me arrebataron la fiesta de membrillo y batata.
Hace exactamente un año compré algo en este barrio sin saber que hoy sería mi barrio. Era un sábado por la mañana, muy frío, el debut del invierno. Yo paseaba, una flaneur en calza y zapatillas por una calle cualquiera de Buenos Aires. Entré a un negocio y me llevé una chalina roja con cuadros negros. La elegí con un criterio útil: necesitaba algo para cubrirme cuando veía la tele en el sillón. Parecía abrigada y suave, y lo es. No sabía que hoy estaría en ese mismo sillón, en ese mismo barrio donde hago mi compra hormiga.
Texto: Rocío Cortina