Por Rocío Cortina
En las últimas semanas estuve leyendo a Vivian Gornick, una autora norteamericana, feminista, que vive en Nueva York. Quizás la escuchaste nombrar por su libro de ensayos Apegos feroces, el más conocido por haber ganado premios hace algunos años. Sin embargo hoy voy a escribir sobre otra de sus obras, Mirarse de frente (Editorial Sexto Piso).
Se trata de un volumen de ensayos muy amenos y que dejan tela para cortar. Allí Gornick trata temas como el feminismo de los 70 en Estados Unidos, su vínculo con el trabajo, la difícil tarea de hacerse un lugar en el campo intelectual en aquel momento y otras dos cuestiones en las que quiero detenerme: la amistad entre mujeres y la escritura de cartas.
Unos ojos azules que se abrieron de par en par
En el capítulo Homenaje, Gornick narra su relación con Rhoda Munk, una escritora feminista mayor que ella y con quien hace un “flechazo” de amistad instantáneo. Y escribo “flechazo” porque el modo en que Gornick lo plantea nos hace pensar que, a veces, hacer nuevas amigas es como enamorarse.
La autora recuerda a su amiga -ya fallecida a causa de un accidente automovilístico- y rescata la escucha atenta que le daba personalidad a ese vínculo y lo hacía especial:
“No era sólo yo la que escuchaba a Rhoda, nos escuchábamos mutuamente. Tuvo que pasar un tiempo para darme cuenta de que ambas nos concentrábamos en lo que la otra tenía que decir (…) Me iba con la sensación de haber sido escuchada plenamente, y como me escuchaban plenamente, decía todo lo que tenía que decir.”
Rhoda invitaba a sus afectos a su casa de Long Island, donde hacía del nado al atardecer y de la cocina una suerte de religión. Rhoda despreciaba a los hombres pero igualmente los necesitaba. Rhoda era capaz de plantar polémica en medio de una cena y dejar a los demás sin oxígeno con sus penetrantes ojos azules.
A través de un recorrido por la vida de este personaje, Gornick pinta los vaivenes de una amistad entre mujeres, un vínculo que además de íntimo, puede ser político, en tanto transforma el mundo que se habita.
¿Te llamo? Mejor te escribo
“Hace treinta y cinco años, cuando estaba en la facultad, la gente escribía cartas”, escribe Gornick en su capítulo Escribir cartas. La autora recuerda los momentos en los que se detenía a narrar, y todo lo que le gustaba de aquellos ratos consigo misma, pero evocando a alguien más:
“Disfrutaba mucho de esas horas entre que recibía la carta y la respondía. Me encantaba ordenar las ideas, regodeándome en mis propósitos. ¿Qué quería decir y en qué orden lo diría? Cómo organizar hechos e impresiones para que mi amiga supiera qué tal me iban las cosas: describir un estado de ánimo, transmitir información, pensar en voz alta sobre un libro o algún acontecimiento, crear una atmósfera en la página que trascendiera los hechos.”
Gornick también compara el acto de escribir con el de hablar por teléfono (y quizás nos da una pista sobre por qué tantas veces preferimos mandar un mensaje, escribir un whatsapp, antes que llamarnos…)
“La conversación telefónica es, por su propia naturaleza, reactiva, no reflexiva. La inmediatez es su virtud primordial. La inmediatez suscita compañía rápida, estimulación instantánea (…) La carta, escrita en una soledad ensimismada, es un acto de fe; asume la presencia de otro ser humano; el mundo y el ser se generan desde dentro; la soledad se busca, no se teme.”
Hay mucho más para destacar en Mirarse de frente. Estas son solo algunas cuestiones que me interpelaron y me generaron la suficiente curiosidad para seguir leyendo a esta autora. Mi plan es seguir por La mujer singular y la ciudad, donde Gornick se explaya sobre la vida urbana, especialmente en Nueva York.
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nos sirvio mucho.