Por Rocío Cortina
Las dos citas que abren Pelea de Gallos, de María Fernanda Ampuero, marcan el rumbo inequívoco de sus relatos. La primera es de Fabián Casas: “Todo lo que se pudre forma una familia”. La segunda, de Clarice Lispector, interroga: “¿Soy un monstruo o esto es ser una persona?”.
Las voces desplegadas en este libro encarnan la violencia, los abusos y la desigualdad que recaen sobre muchas mujeres latinoamericanas. Son historias que escalan desde la infancia hasta la adultez, y que suceden en contextos más privados que públicos. La puerta cerrada del hogar que debería convertirse en refugio es, a menudo, el mismo infierno.
“Escribir Pelea de Gallos ha sido una experiencia carnal, orgánica. Fue como un parto, pero no por esa cosa cursi de dar vida, plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo. Tiene que ver con lo visceral, el sangrado, abrirte en dos, el dolor, gemir, aullar y preguntarte qué te está pasando, si sobrevivirás a eso”, describe la autora ecuatoriana.
Publicar libros no es nuevo para Ampuero, la novedad radica en salirse del marco periodístico. En 2011 y en 2013, respectivamente, se conocieron sus crónicas Lo que aprendí en la peluquería y Permiso de residencia. Ampuero escribe poesía y narrativa desde chica, sin embargo nunca había tenido el deseo de mostrar esa faceta. El puntapié inicial para la publicación de ficción fue el primer premio en el concurso Cosecha Eñe 2016 por su relato Nam.
Otro factor de peso que la autora menciona al ubicar en el tiempo el trabajo con Pelea de Gallos es la muerte de su padre. “Mi padre representa todas las prohibiciones y tabúes de mi vida: el patriarcado, la iglesia, la represión, la máscara, estar silenciada, negar mi sexualidad y negar mi monstruosidad, al mismo tiempo que la alimenta. Si él estuviese vivo, este libro no existiría. Yo no estaría dispuesta a su vergüenza”, remarca.
Recién instalada en México tras vivir en España durante 14 años, Ampuero se presta a una conversación telefónica amable. Agradece las preguntas, las elogia. Suspira, piensa, ordena el discurso. Su voz suave contrasta tanto con las que aparecen en Pelea de gallos que es difícil no creer en alguna posible transformación entre la María Fernanda que habla y la que escribe ficción.
En Pelea de Gallos hay mucho contexto latinoamericano, las voces están ancladas en realidades identificables. ¿Cómo fue el trabajo para balancear ficción y realidad?
Escribir ficción es muy diferente al trabajo periodístico, donde tienes sobre la mesa un montón de anotaciones, libretas, grabaciones, entrevistas, imágenes, sonidos, olores, cosas sensoriales, internet, recuerdos. Cuando te sientas a escribir ficción, en teoría no tienes nada: te tienes a ti misma. Es como entrar al océano, insondable, impredecible, caprichoso y peligroso. Hay una superficie y no conoces el fondo. Tal vez sea muy burda esta comparación, pero sí: te sientes frente al mar, no sabes adonde te va a llevar, si está picado, si va a haber un maremoto o un tsunami. En apariencia puede ser calmo pero no sabes si vas a salir viva. En la ficción no tengo ningún control, porque no quiero tenerlo. En estos cuentos hubo un proceso muy brutal, por eso lo comparo con el océano y el parto, el líquido amniótico. Hay una sensación de asfixia, de no estar en mi ambiente: yo no soy un animal anfibio, necesito respirar y no puedo, y si no respiro me muero. Es una sensación que vuelvo a experimentar incluso mientras la cuento ahora, una opresión en el pecho, una cosa pesadillesca y orgánica. Ha habido muy poco de cerebral. En mi trabajo periodístico está muy presente lo racional, intento decir lo que he visto y representar las palabras que me han dicho mis entrevistados de la mejor manera. En la ficción hay voces fantasmales en mi cabeza. Es como irme a los abismos de mí misma y reconocer la monstruosidad que me ha rondado toda la vida. Es súper peligroso, es bajar al infierno.
En la experiencia de lectura es clara la importancia del orden de los relatos. Al comienzo aparecen voces de niñas y de clases populares. Hacia la mitad del libro hay un quiebre y aparecen voces adultas, se marca cada vez más la diferencia de clase, hay universos ABC1. ¿Cómo fue pensado ese orden en los textos?
Intenté ser intuitiva más que intelectual, que los cuentos tuviesen un aire visceral, caótico, que se sientan como es la realidad, no siempre cerrada y perfecta. Intenté que el libro sea como una conversación, como en la vida real están esas palabras que quedan sueltas y esos sentimientos que no sabes muy bien cómo decir. O esos momentos que te reviran las tripas y son trascendentales pero nadie se detiene a decirte: ¡Ey, aquí hay un momento trascendental en tu vida! Respecto del orden, intenté ir de la infancia a la adolescencia y la adultez, de la inocencia a la pérdida de la inocencia. Es un tremendo viaje a la oscuridad, donde al final hay una cierta salida del abismo. Le debo mucho en este proceso a Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma. Yo tenía una idea física de organización del libro y luego hubo trabajo riguroso de edición y debate con él. Me encanta que eso se note.
En varios cuentos hay escenas de violencia explícita. Al narrarlas, ¿existió la preocupación de “espantar” al lector? ¿Cuánto juega el sentido del morbo y el horror en escenas de violación y torturas sexuales, por ejemplo?
Sí, fue una preocupación. Pero no hubo filtros. Yo soy la lectora de este libro y no le tengo miedo a mi oscuridad, me interesa mi maldad y mi perversión. Por eso la cita de Lispector que abre Pelea de Gallos: necesito la respuesta a esa pregunta. La literatura que me interesa convierte al lector en voyeur y al escritor en exhibicionista. Me interesa lo perverso y sé que al lector de Pelea de gallos le importa, como a mí, buscar su parte oscura. Es ese lector que se tapa la cara pero separa dos dedos para ver un poquito. No creo que sea pervertido sino perverso. Hago esta diferencia porque es consciente de sí mismo, de lo que le atrae y le repugna a la vez que le fascina.
Fue duro armonizar con las palabras todo este horror. Siempre tuve la pulsión de ser poeta, la poesía para mí es el género número uno, el más grande, del cual parte todo lo demás. El cuento tiene cierto hermanamiento con la poesía: cada palabra es un pequeño universo que ayuda a construir el universo que es el cuento. Quise que el lenguaje, aunque atroz, crudo y directo, tuviese una musicalidad que permitiese seguir adelante, como un bálsamo. Intenté cierta belleza para que todo fuese menos repugnante, para ayudarnos a mí y al lector. Y que todo fuese terrible pero bello: como es la vida, como esas historias de terror y deseo donde los personajes tienen ganas de sobrevivir.
¿En qué estás trabajando actualmente?
Tengo una idea para libro de cuentos que parte de una antología producida en Bolivia, llamada Carne de mi Carne. Ahí hay un cuento mío, Las Elegidas, que tiene que ver con lo bíblico, el castigo, el apocalipsis.
En cuanto a lecturas, ¿qué estás leyendo, qué te llama la atención?
En mi caso es muy importante leer mujeres, recomiendo que se haga. Mi canon y mi formación literaria están basados en escrituras masculinas, como el de todas, y trato de reparar eso. Recomiendo mucho a Mónica Ojeda, de Guayaquil, quien tiene una voz brutal y muy poética, explora la sexualidad, la relación madre e hija, los vínculos entre mujeres. Su última novela es Mandíbula y allí hay una vertiente muy importante de la literatura latinoamericana contemporánea. También soy admiradora absoluta de Mariana Enríquez porque creo que busca en lo fantástico una denuncia social que es muy necesaria, igual que Samanta Schweblin. En Bolivia hay cosas interesantes con Liliana Colanzi, con Magela Baudoin y Gio Rivero, esas tres son unas monstruas. En Chile está Andrea Jeftanovik, su libro No aceptes caramelos de extraños es una brutalidad. Y también me gusta Vera Giaconi, en México Guadalupe Nettel y Fernanda Melchor con su nueva mirada sobre la brujería y ese coqueteo con lo fantástico para denunciar situaciones de la desigualdad en la mujer desde la infancia. Me parece que lo más interesante de la literatura contemporánea actual lo están haciendo las mujeres.
*Nota publicada originalmente en Revista Polvo